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Matrimonio enamorado

Catalina y Jaime, un amor frente a la adversidad

Hace 7 años un ictus se cruzó en el camino de Jaime Campins y Catalina Gelabert, una pareja mallorquina que en aquel entonces llevaba medio siglo compartiendo su vida en Palma.

Él había nacido en la capital balear, al poco de llegar su familia de Argel, dónde fueron a probar fortuna; y ella era de Pollença. Sus caminos se cruzaron cuando apenas tenían 18 años, en uno de esos paseos que los jóvenes hacían por el centro de “Ciutat”, en una búsqueda inconsciente de posibles pretendientes.

Lo suyo fue un amor a primera vista, y el flechazo de Cupido fue tan intenso que aún hoy perdura, a pesar del tiempo transcurrido.

Él ejerció de auxiliar de dentista en una consulta muy conocida de Palma, y ella fue maestra de Primaria y Secundaria durante muchos años en el Colegio La Salle. Tuvieron dos hijos, y cinco nietos, alguno de los cuáles ya rozan la mayoría de edad.

Como uno de sus recuerdos más entrañables evocan su primer viaje a Madrid, para celebrar su Luna de Miel. Recuerdan que acudieron a muchos teatros y, casualmente, se encontraron con muchos compatriotas isleños. Y es que en esa época la capital era uno de los destinos preferidos para los recién casados de Mallorca.  

Cuando la enfermedad trastocó su vida, hace 7 años, iban a celebrar las Bodas de Oro. Pero la discapacidad de Jaime requirió su ingreso en la residencia Fontsana Son Armadams, y Catalina no se lo pensó ni un minuto: dónde iba uno, iba el otro.

Así entraron en Fontsana Son Armadams como una de las parejas más románticas del centro de personas mayores. Y es que a pesar del silencio obligado de Jaime, que no puede hablar; sus ojos le delatan cuando mira a Catalina, y sus manos se siguen buscando cada día.

Manos entrelazadas

Él pasa más tiempo en las zonas comunes dónde practica algunas actividades de estimulación; y ella prefiere quedarse en la habitación. Pero cuando él ve que ella se retrasa, siempre la busca, temeroso de que le haya pasado algo.

Tras encontrarse, repiten un gesto que vale más que mil palabras. Un cruce de manos que entrelaza la piel y una vida compartida hasta el final, porque el amor no entiende de edad, ni de enfermedades. ¡Feliz San Valentín!